Afuera, noche de frío intenso. Adentro, estufa, manta térmica, pijama abrigado que cubra la mayor parte del cuerpo y, por supuesto, medias de lana, gordas, calentitas.
Las frazadas, una, dos, tres -dependiendo de qué tan friolento se es-, tapando hasta la coronilla, implacables. Ahora sí, calentitos (y seguros), nos entregamos al sueño.
Todos estos “instrumentos” y procedimientos para combatir el frío a la hora de irnos a la cama, no parecen una rareza. Es muy probable que muchos de nosotros utilicemos esas técnicas, quizás no todas y no al mismo tiempo, pero todos tenemos nuestras maneras de enfrentar esos días donde el frío parece congelar hasta los huesos.
Sin embargo, la ciencia nos enseña que podemos estar equivocados. Que dormir abrigado no es una buena idea para la salud de nuestro cuerpo, y que la mejor opción es hacerlo como Dios nos trajo al mundo: desnudos.